La verdad sobre el That’s All Right Mama de Elvis (I)
El 5 de julio de 1954 no nació el rock’n’roll. Ni siquiera nació Elvis. Pero algo se encendió aquella noche en el 706 de Union Avenue, Memphis. Y esa chispa aún hoy no se ha apagado. Lo que ocurrió fue el encuentro entre un muchacho que no sabía quién era y un estudio que aún no sabía lo que estaba buscando.

Dos mitos sobrevuelan That’s All Right Mama como murciélagos en una catedral vacía: que fue la primera canción de rock’n’roll y que Elvis la grabó para su madre. Ninguno de los dos es cierto. El rock’n’roll ya respiraba antes de esa fecha, desde que en 1951 Ike Turner y sus muchachos grabaron Rocket 88 en los estudios de Sam Phillips. Aquello ya tenía el ritmo, la distorsión, la fusión de culturas, el veneno eléctrico de lo nuevo. En cuanto a la madre… bueno, eso ocurrió un año antes.

En agosto de 1953, un joven inadaptado de 18 años —Elvis Aaron Presley— entró por primera vez al estudio de Sun Records. Apenas sobrevivía en los concursos escolares de talento, sus profesoras de música no le veían futuro, y en su barrio nadie parecía tomárselo en serio. Pero él sentía algo dentro. Había leído en el periódico que Sam Phillips había grabado a un grupo de presos —The Prisonaires—, y eso despertó en él una conexión profunda. Si alguien como ellos podían grabar… ¿por qué no él? Con todo lo que tenía en el bolsillo, grabó My Happiness, un tema pop de 1948, sólo por tener un vinilo que llevarse a casa. Se dice que fue para su madre, pero lo que realmente buscaba era que Sam Phillips lo escuchara. Soñaba con que alguien, por fin, lo descubriera.

En ese momento Elvis trabajaba como camionero para la empresa de electricidad Crown Electric. Su futuro parecía más cercano a una caída desde un poste de luz que a un escenario. Pero cada tanto se dejaba caer por el 706 de Union, preguntando con timidez si necesitaban a un cantante. Marion Keisker, la leal asistente de Sam, lo recibía siempre con amabilidad, pero la respuesta era invariable: no. Aun así, grabó un segundo disco, sin mayor repercusión, y siguió esperando su oportunidad.
Todo cambió a finales de junio de 1954, cuando Scotty Moore, guitarrista con más dudas que conciertos, le preguntó a Sam si conocía a alguien “con algo distinto”. Sam recordó a aquel chico raro de la voz dulce y los ojos tristes, y le pidió a Marion que buscara su ficha. Marion, siempre eficaz, recordó además que Elvis vivía cerca de Bill Black, el bajista habitual del estudio. Así que le encargó a él que fueran a buscarlo.

Scotty llamó a casa de los Presley. Quien contestó fue Gladys, la madre. Le explicó que Elvis estaba en el cine. Y entonces sucedió una de esas escenas de película que parecen mentira: la madre, sabiendo que una productora (o al menos eso insinuó Scotty) estaba interesada en su hijo, salió a buscarlo a la sala oscura para avisarle. A la mañana siguiente, el domingo 4 de julio, Elvis llegó a casa de Scotty en su Lincoln negro, vestido con camisa negra, pantalón rosa con raya negra, zapatos blancos y ese peinado de cola de pato que era puro desafío. Scotty y Bill no supieron muy bien qué pensar. Les llamó la atención su voz, sí, pero aún no veían allí a un compañero de banda.

Fue entonces cuando Sam, en un golpe de intuición, citó a los tres para una sesión después de sus respectivas jornadas laborales. El 5 de julio, por la tarde, se encerraron en el estudio y comenzaron a probar repertorio. Elvis interpretó baladas como You Belong To Me, con ese estilo de crooner a lo Dean Martin o Bing Crosby. El resultado era correcto, pero no deslumbrante. Nada parecía funcionar. La sesión languidecía, y ya pensaban en marcharse cuando, de pronto, sucedió.

Elvis, en un gesto que lo define como el inventor de sí mismo, se puso a juguetear con la guitarra y a cantar, sin pensarlo demasiado, That’s All Right, Mama, de Arthur “Big Boy” Crudup. No era una toma. No era una decisión. Era una especie de broma nerviosa, de impulso. Pero Sam Phillips saltó de su silla. ¡Eso era! La energía, la mezcla de géneros, el ritmo inédito. Grabaron tres tomas entre risas y asombro. La canción había dejado de ser blues para convertirse en otra cosa. Algo híbrido, inclasificable, absolutamente nuevo.
Cuando la sesión terminó, pasada la medianoche, los tres músicos se fueron a casa sin saber bien qué había pasado. Sam, en cambio, se quedó solo en la sala de control, escuchando la cinta y preguntándose qué demonios hacer con esa rareza. Lo que tenía entre manos no era un éxito seguro. Era una criatura extraña, fuera de norma. Un relámpago encerrado en una botella.
Y aún faltaba una pieza más para completar la tormenta perfecta: un locutor de radio de Memphis, carismático, influyente, que pondría por primera vez That’s All Right al aire y encendería la mecha del mito. Pero ésa, gracelanders, es otra historia.
Una respuesta a “El día que NO nació el Rock’n’Roll.”
[…] recordáis bien, dejamos nuestra historia en el momento exacto en que algo inexplicable —algo casi mágico— acababa de suceder en el […]