10 de octubre de 2017, despacho de la sede de Weinstein Company, 375 Greenwich Street, Tribeca, Nueva York.
El productor David Glasser acaba de darle al escritor y crítico musical Dave Marsh una noticia demoledora: Apple se retira. El proyecto de la serie sobre Elvis se muere antes de empezar.
Pero Marsh no se sorprende. Hace tiempo que lo intuía. Desde el principio había algo turbio, algo que no encajaba.
No era Apple, ni siquiera Elvis Presley Enterprises. Era Harvey Weinstein. No entendía qué hacía él ahí.

Un productor acostumbrado a historias de poder, de manipulación, de control. ¿Por qué querría contar la vida de un hombre que fue precisamente víctima de todo eso?
La serie debía ser el primer gran golpe de Apple TV: diez episodios con acceso total al archivo de Graceland, la música original, y el beneplácito de los herederos.
Un The Crown americano.
Pero en los despachos de Weinstein todo se hablaba en términos de marca, de impacto, de mercado. Elvis no era un mito: era un producto.
Y Marsh, que tras escribir su libro sobre Elvis había sido convocado como asesor musical, empezó a sentir que el proyecto no buscaba redención ni verdad, sino prestigio.
Durante meses vio desfilar directores y actores.
Tom Hooper, Jean-Marc Vallée, Cary Fukunaga… todos escuchaban la misma consigna: “hacerlo más grande, más elegante, más vendible”.
Elvis convertido en monumento.
También pasaron jóvenes actores. Miles Teller, tras su papel en Whiplash, parecía un Elvis perfecto, con un gran parecido con el cantante… Y muy seguro de sí mismo. También estaba Aaron Taylor-Johnson. Quizá tenía los ojos demasiado claros, pero podría transmitir la fuerza animal del joven Elvis. En cualquier caso ninguno de los dos tenía ese temblor que definía al chico de Tupelo.

Ahora, con la noticia de la cancelación, todo se disuelve.
Apple corta los lazos tras el escándalo Weinstein. Nadie quiere su logo cerca del suyo. Los contratos se archivan, los correos quedan sin respuesta.
Antes de salir, Glasser le entrega una carpeta con las últimas notas de producción.
Marsh la abre sin interés. Son listados de citas, nombres, agendas. Casi no le presta atención a un post it arrugado: ¿Y si llamamos a Baz Luhrmann?