El 3 de febrero de 1959, el frío era despiadado en Clear Lake, Iowa. En el cielo oscuro, una pequeña avioneta Beechcraft Bonanza surcaba las nubes con tres jóvenes a bordo. Buddy Holly, con su inconfundible sonrisa y sus gafas de montura gruesa, miraba por la ventanilla. Junto a él, Ritchie Valens y Jiles Perry «J. P.» Richardson Jr, más conocido como The Big Bopper, trataban de relajarse en el estrecho espacio del avión. Ninguno imaginaba que, en cuestión de minutos, su viaje terminaría en la eternidad.

Mientras tanto, a miles de kilómetros de allí, Elvis Presley despertaba en Ray Barracks, el cuartel en Alemania. Cumplía allí con su servicio militar y estaba ajeno a la tragedia que estaba a punto de sacudir al mundo del Rock and Roll. Fue el día que la música murió.
Cuando Elvis y Buddy compartieron escenario
Años antes de aquel fatídico día, el 13 de febrero de 1955, un joven Buddy Holly aún estaba buscando su camino en la música. Tocaba junto a su banda en Lubbock, Texas, cuando llegó la oportunidad que cambiaría su vida: ser el telonero de un concierto del cada vez más famoso Elvis Presley.

La primera vez que Buddy vio a Elvis fue meses atrás, en el Fair Park Coliseum, un pequeño teatro abarrotado de jóvenes emocionados. Cuando Presley subió al escenario, la electricidad en el aire era palpable. Su voz, su carisma y sus movimientos hacían gritar al público tenían un magnetismo que Buddy nunca había presenciado. Desde las sombras del escenario, lo observó con admiración.

Después del espectáculo, Buddy se acercó a Elvis con timidez. Aunque no hablaron demasiado, bastó con unas pocas palabras y un apretón de manos para que Holly sintiera que estaba frente a alguien que estaba cambiando la música para siempre. Tuvo la suerte de compartir cartel con él en al menos dos ocasiones más. Y cada vez que lo veía, se llevaba algo nuevo: la energía, la confianza, la forma en que Presley dominaba el escenario sin miedo.
«Si Elvis no hubiera existido, ninguno de nosotros habría tenido éxito.»
Buddy Holly
Caminos diferentes, el mismo espíritu
Buddy Holly no tenía la misma presencia escénica que Elvis, pero lo compensaba con una creatividad inagotable. Se convirtió en uno de los primeros en escribir y producir su propia música, sentando las bases para el rock moderno.

Holly no necesitaba una gran orquesta ni un espectáculo deslumbrante. Con su Fender Stratocaster, sus gafas icónicas y su distintivo estilo vocal, demostró que la esencia del rock and roll estaba en la autenticidad. Canciones como Peggy Sue y That’ll Be the Day capturaron la esencia juvenil de la época, convirtiéndolo en un icono.
El golpe de la tragedia
Cuando la noticia del accidente llegó a los titulares, el mundo quedó en shock. El rock and roll, apenas en sus primeros años de gloria, había perdido a tres de sus jóvenes promesas en un solo instante.
En Alemania, Elvis recibió la noticia con tristeza. No dio declaraciones públicas, pero los que lo rodeaban dijeron que el golpe fue fuerte. Buddy Holly no era sólo otro cantante; era alguien que había compartido sus primeros escenarios, alguien que entendía el lenguaje del Rock and Roll de una manera especial.

El 3 de febrero de 1959 fue bautizado como el día que la música murió. Don McLean compondría, más de 10 años después, la inmortal American Pie, donde hablaría de Elvis –the King– con un enigmática letra que le catapultó a la fama. «The day the music died», pero en realidad, la música no murió. Continuó latiendo en cada acorde, en cada banda que tomó inspiración de esos tres pioneros… y por supuesto de Elvis.
Buddy Holly y Elvis Presley tomaron caminos diferentes, pero compartieron la misma pasión: transformar la música para siempre. Y aunque el destino los separó demasiado pronto, su legado sigue vivo en cada riff de guitarra y en cada canción que hace que el mundo siga bailando. 🎸