Graceland Groove Revival

Rock'n'Roll Clásico en estado puro

“Mejor que sigas conduciendo camiones, Elvis”

Mejor que sigas conduciendo camiones, Elvis

Durante meses Sam Phillips había insistido a Jim Denny, casi suplicado, que le dieran una oportunidad a su nuevo chico en el Grand Ole Opry. No era un capricho: el debut en ese escenario consagraba a cualquiera en el negocio de la música country. Mientras tanto, el disco ya sonaba en Memphis y That’s All Right empezaba a correr por las emisoras. A Sam le urgía mostrarle al mundo lo que tenía entre manos.

Grand Ole Opry, el templo de la música country.

La noche del 2 de octubre de 1954, la insistencia dio fruto. Dentro del bloque de Hank Snow, con el Ryman Auditorium lleno hasta el gallinero, un presentador nervioso anunció:

—“And now, a young man from Memphis, Tennessee…”

(«Y ahora, un muchacho de Memphis…»)

Nada de nombres, nada de grandezas. Solo un desconocido que subía al escenario con su guitarra colgando, acompañado de Scotty Moore y Bill Black, los recién bautizados Blue Moon Boys.

The Blue Moon Boys en el Grand Ole Opry.

Elvis respiró hondo. La canción elegida no podía ser otra: “Blue Moon of Kentucky”, la pieza de Bill Monroe que ellos habían trastocado. De vals campestre a latigazo rockabilly en 4/4. El público del Opry —gente de campo, familias conservadoras, veteranos del country más ortodoxo— escuchaba con gesto serio, brazos cruzados, como si aquel compás endiablado hubiera profanado su iglesia musical.

Elvis sudaba, sentía la frialdad en cada butaca. Sus movimientos de cadera, espontáneos, nerviosos, no arrancaban más que murmullos incómodos. Al terminar, hubo aplausos, sí… educados, breves, casi por compromiso. Y el silencio posterior pesaba como una condena.

Detrás del telón, Jim Denny, el hombre fuerte del Opry, soltó la frase lapidaria que marcaría la noche:

—“Go back to driving trucks.”

(“Mejor que sigas conduciendo camiones.”)

Elvis bajó la cabeza. Tenía solo 19 años y en un instante sintió que todo se derrumbaba. Estuvo a punto de venirse abajo allí mismo, tragándose las lágrimas. Fue su banda, los Blue Moon Boys, quienes le palmearon la espalda:

—“Vamos, muchacho, lo que hemos hecho vale. Esto no se acaba aquí.”

Sam Phillips, con su mirada astuta, cerró la velada con una sentencia:

—“El Opry nos ha fallado… pero hay más espectáculos.”

Y los hubo. Exactamente dos semanas después, Elvis subía al escenario del Louisiana Hayride. Ahí, frente a un público mucho más joven y entusiasta, encendió la chispa. Gustó tanto que firmó un contrato para 52 sábados consecutivos.

Elvis en el Louisiana Hayride. El resto es historia.

Lo que en Nashville sonó como un fracaso, fue en realidad el inicio de una revolución. El chico que sudaba entre aplausos fríos acabaría encendiendo el mundo entero.


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